Parada sin número | Otra vez aquí: Un corazón roto.

Y aquí estoy yo, otra vez, en una de esas paradas que juré no volver a pisar: Un corazón roto.

Y aquí estoy yo, otra vez, en una de esas paradas que juré no volver a pisar y que –estoy seguro– TODOS quisiéramos mejor pasar de largo: Un corazón roto.

Así como debí dejarte pasar, y no insistir en aquella primera cita teatral que hoy es parte del archivo muerto de los otroras “bichínes por el mundo”.

¡Por cierto! ¡Bienvenido a bordo, querido pasajero! Bienvenido a mi mundo. Tenía pensado iniciar este podcast de forma distinta, pero, he sido víctima de la procrastinación y decidí tomar el dolor como combustible para iniciar este espacio catártico y de enseñanzas que quiero compartir contigo.

Hoy, aunque me apena, sólo te pido que te sientes aquí, a mi lado y escuches esta carta que nunca envié, más bien, quiero pedirte humildemente, y con el corazón en la mano, que seas mi paño de lágrimas… porque la terapia en estos momentos sale de mi presupuesto. Pero estoy seguro de que el compartirte mi historia y saberme escuchado me ayudará enormemente a cerrar ciclos. Así que, de antemano: ¡Gracias por ello!

Una vez, un bichín existió…

Mientras irónicamente suena de fondo “The man I love”, interpretada majestuosamente por Ella Fitzgerald, –estúpidamente, confieso– leo una y otra vez nuestra mutilada conversación final –si así se le puede llamar–, donde se me acusa como el ASESINO de nuestra historia.

¡Grave error! En definitiva, yo no soy el asesino y, al parecer, no estabas tan destruido como lo expresaste en tu despedida. O, tal vez, la destrucción fue tan atroz y demoledora que, inmediatamente, como en el bucólico campo, después de que se quema la hierba para sembrar, la cosecha del coqueteo silencioso que SIEMPRE estuvo floreció y dió paso en tu interior a nuevas formas de “amor y vida”, manteniéndote expectante y en línea. Como hacía mucho no lo hacías: sin esconderte. [O, por lo menos, no en frente de mi.]

¡Quitémonos las máscaras! ¿Por qué llenarte los dedos de orgullo al escribir: “Queda en ti. No en mi”.? Si, desde hace ya varias semanas, las velitas prendidas comenzaban a avivar sus llamas para contrarrestar la obscuridad de nuestro ocaso inminente.

Fue justamente en ese momento cuando TODO hizo sentido: mantener una relación en secreto es la jugada PER-FEC-TA para no perder en el juego del amor. Ese juego en el que, como dice la canción de nuestro génesis: “no hay contienda justa”.

¿Y cómo va a haber contienda justa si es un juego en el que “no gana quien más ama, es la astucia, la saña, maña, labia”.?

¡Vaya juego en el que nos metimos! ¡Vaya juego en el que me metí, me perdí… y perdí! Como bien lo dijiste, fue un año, corrijo, CASI un año en el que hubo de todo. Literalmente: DE TODO

Una vez, un bichín existió…

Me quedé dormido con tu conversación abierta, el sueño le ganó a la tortura de tus intermitentes y prolongados “en línea” aderezados de mis incesantes ganas de escribirte y reclamarte por el cinismo de contradecirte en ABSOLUTAMENTE TODO; pero agradezco la poca fuerza de voluntad que me queda y la sobrada prudencia y dignidad para no hacerlo.

Me he despertado y el reloj marca exactamente las 2:50 de la mañana. Casualmente, ¿Qué crees? La hora, suma un 7… ¡Maldito 7! Creí que sería un buen augurio que nuestra historia estuviera bañada por la “magia” de este número, que, dicen, se relaciona con la perfección, pero, lo nuestro, fue, de todo, menos PERFECTO.

La música de fondo y el ruido de la ciudad han desaparecido para dar espacio a un reencuentro inesperado. Somos el silencio y yo, JUNTOS, como hace mucho no pasaba. Aunque, a diferencia de otras ocasiones, esta vez el silencio es más llevadero con las interrupciones de GALA que viene a consolarme como lo ha hecho desde el día en que, gracias a DIOS, llegó a mi vida.

Como lo hizo contigo, sentado en aquel sillón que hoy veo vacío, mientras llorabas. [Tampoco fui ni me creí perfecto…]

Mientras GALA me contempla con el hocico recargado sobre la cama, yo, contemplo mis pensamientos recargado sobre el brazo que me marcaste en estado inconveniente, siendo ella fiel testigo. La analogía me parece vulgarmente inverosímil y mi humor negro, sale a flote, para protegerme, dibujando una triste sonrisa en mi rostro. [NOTA MENTAL | JACOBO: QUE SEA LA PRIMERA Y ÚLTIMA VEZ QUE PERMITAS Y PERDONES ESTO.]

A veces, los recuerdos, DUELEN.

Una vez, un bichín existió…

Son las 4:03, sí… ¡Otra ves un 7!

He pasado varios minutos en el ojo del huracán de nuestros recuerdos y, siéndote sincero, he caído en cuenta de que SIEMPRE se trató de ti. Desde nuestra primera cita, hasta nuestra última conversación, en todo momento, tú, marcaste el ritmo, la línea a seguir y hasta grabaste nuestro epitafio: “Pero no me puedo ir sin pedirte perdón”. Aunque, sinceramente, el perdón supo a más a un lavado de manos para llegar a tu siguiente aventura con las “manos limpias”.

Ahora, envuelto en las últimas notas del silencio, voy descubriendo que, quizá, el error recurrente que cometo en mis relaciones, es simplemente ser de esos que, cuando aman, lo dan todo y aman tanto que tratan de arreglar mientras se rompen de a poco. ¡Vaya estrategia la mía para este juego!

Date cuenta, mientras tú saliste de aquí fortalecido y con una nueva versión que te gusta, yo, tendré que volver a mi centro y trabajar nuevamente en mi. Hoy, te envidio, pero sé que también llegaré ahí.

Al final, tenías razón cuando me dijiste: “Ve a terapia ya. Te urge.” [Te hice caso, gracias por no borrar ESE mensaje que me sirvió como recordatorio]

Una vez, un bichín existió…

Como si fuera una burla del destino, el reloj marca las 5:02. Sobrado esta decir que es un 7, también.

Mi reconquistado amigo, el silencio, se ha ido, y, ahora, el trinar de los pájaros se adueña de mis oídos para darle calma al agitado oleaje de mis pensamientos y los primeros rayos del sol se asoman para devolverme la luz que necesito para iluminar mi alma, calentar mi corazón y volver a brillar.

Esta vez no podré irme a NY para despejarme, ni hacer algún viajecito de los que acostumbro. Esta vez me llena y me desborda el no haber tenido que irme lejos y mis duelos son cobijados en casa por las caricias de mi mamá, mientras que mis penas son sacudidas por las palmaditas fuertes de mi hermano y, aunque mi papá no está presente físicamente, su calor en este hogar me reanima y en mi cabeza retumban sus vitores: “¡Ánimo, mi campeón! ¡No se me achicopale! ¡Los Ramos NUNCA nos rajamos!”. Bahhh ¡Cómo me haces falta Pa’! [Hay personas que sí valen cada lágrima derramada]

Hablando de familia y, aunque después de ese dichoso 5 de febrero, las cosas nunca volvieron a ser igual, puedo decirte que extrañaré el sazón y las nutridas pláticas de sobremesa con mi “Suéter”, las reparaciones y el gusto por el sonido de Alta Fidelidad que compartía con Papá Fer, la bohemia improvisada con tus abuelos y hasta las pláticas con el Señor Papiringas. [Nunca olvidaré la primera vez que los conocí y agradezco el que me abrieran las puertas de su corazón.]

Al final, sí, debo de reconocer que también me llevo algunos recuerdos buenos que guardaré en mi cajita pintada de negro, como si ese color que elegiste vaticinara el tono del final de nuestra historia. [La mía fue rosa, sólo quería acotar.]

Lo destrozaste y, por eso:
Una vez, un bichín existió.

P.D.: Terminé la carta a las 5:51. La suma de la hora equivale a 11. El 11:11 me dio la respuesta. Gracias por todo y, de corazón, sé feliz.

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